Visconti: Retratos de la decadencia

Por Jorge Luis Scherer

EL GATOPARDO

EL GATOPARDO

Todavía es de noche sobre los muros del Palacio Ponteleone, y va a serlo hasta que el sol pegue en los ventanales y rendijas, y descubra rostros lívidos y vapores emanando de las bocas. El baile reune a la vieja aristocracia y a los nuevos ricos, la burguesía. Don Fabrizio, el príncipe de Salina, (Burt Lancaster) alto, de tez rosada, ojos claros, pelo de miel, asiste a la ruina de su propio linaje y al surgimiento de un nuevo orden social. Pero ya no tiene aquella sangre que corría veloz por sus venas, como cuando era un jinete y cazador infatigable, y aficionado a las faldas. Ahora, solo observa: trajes negros y vestidos como campanas dejándose llevar por la música. Sin disimulo, detiene sus ojos en los blancos hombros de Angélica (Claudia Cardinale) y la cara alegre de su sobrino, el príncipe Tancredi (Alain Delon), que mientras gira acalorado, no puede impedir que su aliento llegue en bocanadas al liso y desnudo cuello de su prometida. Don Fabrizio, asaltado por recuerdos, busca un lugar tranquilo. La biblioteca está desierta, silenciosa, toma una copa y enciende un cigarro. Desde el sillón distingue el cuadro, se levanta y mira a ese anciano a punto de expirar, entre sábanas limpias, mientras los nietos afligidos levantan los brazos.

Piensa y se pregunta, que si aquella escena creada por el pintor Greuze se asemejaría a su propia muerte, claro que las sábanas no estarían tan limpias, razona, las de los agonizantes, siempre están sucias.

La puerta se abre y Angélica y Tancredi, entran agotados. Los jóvenes miran con indiferencia ese cuadro, cuyo motivo está muy lejos de ellos. Angélica toma las manos de Don Frabrizio y le pide bailar la próxima mazurca, él la mira a los ojos y ve en ella a las mujeres que sedujo y amó. “Concédeme el primer vals”, le dice él, midiendo sus fuerzas ante una mazurca. Entre olores de vainillas, vinos, perfumes, y miradas, la pareja brilla en el salón.

Cuando lentamente amanece, Don Fabrizio abriga su cuello con una chalina blanca y ante las invitaciones, dice que prefiere caminar. El golpeteo de las cabalgaduras de los coches se disipa cuando toma por una calle que aún duerme, y su alta figura a paso cansino se va perdiendo con los últimos estertores de la oscuridad.

Esta maravillosa secuencia de El Gatopardo (1963), de Luchino Visconti, basado en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, allana el camino para que otras dos obras de Visconti: Muerte en Venecia (1971) y Grupo de Familia (1974), muestren, como si fuera una vidriera, el poder de la juventud y la belleza, y por otro lado, la decadencia, la vejez y la muerte. En la novela de Lampedusa, el príncipe Salina se pregunta: “Por qué habrá decidido Dios que nadie muriese con su propia cara?. Cada vez que extiende su navaja para poner límites a las patillas, comprende que le resulta más fácil reconocer su ropa que su aspecto. La agonía del príncipe en el libro es lenta e indolora, ensimismado, piensa en aquellas cosas humildes que se perderían en el olvido con su muerte. Y cuando llega el sacerdote se confiesa, pero se detiene, porque se da cuenta que no tenía mucho que decir, recordaba algunos pecados, pero le parecían poca cosa. Escribe Lampedusa: “ Y allí se quedó inmóvil, sumergido en el gran silencio exterior, en el horroroso estruendo interior”. En Grupo de Familia, el profesor (Burt Lancaster), sucumbe diariamente ante la belleza de los cuadros que lo rodean. Es un coleccionista, y como tal: solitario, silencioso, ajeno al mundo exterior Un día relata a sus inquilinos, cuatro seres ruidosos, inquietos, desapacibles, la historia de un hombre que empieza a oír pasos en el piso superior, que está vació. Después de algunas noches comprende que son los pasos de la muerte que ya no lo abandonarán, que vendrán por él.

Gustav von Aschenbach (Dick Bogarde), protagonista de Muerte en Venecia, ha contemplado la belleza, y como dice un poema, quién la ha visto ya está destinado a la muerte. La gloriosa decadencia del músico Aschenbach tiene un final operístico: viajando por el Mediterráneo llegan los vientos densos del Sirocco, que tienen su cuna caliente en el Sahara, el cólera que en forma silenciosa busca su muerte, y una playa, donde el sol y el sudor están confabulados para derretir el tenido en sus cabellos, haciendo que las gotas coloreadas, recorran como caballos desbocados cada palmo de un rostro maquillado, aún cuando ha cerrado los ojos y no escucha el mar.

LA TERRA TREMA

LA TERRA TREMA

VISCONTI ANTES DE EL GATOPARDO

Los Visconti habían sido los señores de Milán. Su padre era el conde de Modrone, y cuando él nació, en un palacio del centro histórico, se convirtió en el conde de Lonate Pozzolo. Aún se dice, que su apuesto padre, Giuseppe, fue amante de la reina de Italia. También, aún se dice, que Luchino fue íntimo del príncipe Umberto, heredero del trono de Italia. Que su padre detestaba a Mussolini. Que el joven Luchino alguna vez se puso de pie cuando entonaban Giovinezza, el himno fascista, y que en los mismos tiempos, admiraba la estética de los grandes espectáculos del nacional socialismo en Alemania.

Con los años no cambió su amor por el teatro, la ópera y los conciertos. Siempre recordó, que uno de sus primeros dolores en la adolescencia fue la muerte de Puccini. Tampoco cambiaría, nunca lo haría, su afición de coleccionista, y su devoción por el melodrama, por lo que fue duramente criticado, y aún lo es, pero para Visconti el melodrama era la vida, y quería que eso figurara en su epitafio, como su amor por Shakespeare, Chéjov y Verdi.

Lo que sí cambió, fue su forma de pensar las ideas políticas. Coco Chanel, fue como un puente, para cruzar de la orilla de la derecha a la orilla de la izquierda. Coco, la reina de París en los años 30, le llevaba más de 20 años a este elegante y culto muchachito del que se había enamorado. Lo recomendó a su amigo, el cineasta Jean Renoir, hijo de Pierre-Auguste, el gran pintor impresionista. Renoir, reconoció inmediatamente las condiciones artísticas del nuevo integrante en el equipo, y lo nombró su tercer asistente de dirección para Una partida de campo. Los otros dos asistentes eran Becker y Henri Cartier-Bresson. Con semejante maestro, Visconti, no perdió el tiempo. Aprender sobre técnicas cinematográficas no fue todo, el director francés era un humanista y parecía tener los pies sobre el mundo real. Renoir y varios miembros del equipo estaban ligados al Partido Comunista, y lo que escuchaba Luchino le entraba por los oídos y se quedaba allí. Simpáticamente lo empezaron a llamar “el conde rojo”, cuando publica en la revista de izquierda Cinema, un artículo titulado Cadáveres. Renoir y Visconti, iniciaron una profunda amistad, especialmente cuando recorrieron Tívoli y la antigua Roma en busca de exteriores para el siguiente proyecto : Tosca, basada en Sardou y Puccini, y donde Luchino, además de volver como ayudante de dirección, se convertía en una pieza importante en la escritura del guión. Al iniciarse el rodaje de Tosca, Italia declaró la guerra a los aliados, Renoir volvió a Francia y la película fue hecha a los tirones por el alemán Carl Koch. Renoir, nunca la vio y Visconti fue lapidario: “es muy mala”.

Pero la historia con Renoir no había terminado, Luchino se pone a escribir guiones, cuando encuentra entre sus papeles, la traducción en francés que Renoir había hecho para él de la novela de James Cain, El cartero llama dos veces. Poco tiempo después, se transformó en el guión de Ossesione (1943), película que se convirtió en una especie de caballo de Troya del neorrealismo, en la temible fortaleza del régimen fascista. Visconti irrumpía en el cine de una manera desafiante. Aunque no pudo tener a Anna Magnani, en el papel de Giovanna, por estar embaraza, obtuvo un buen trabajo de Clara Calamai como la apasionada amante de Gino, el socio elegido para el crimen de su esposo. El papel de Gino recayó en Massimo Girotti, un actor atlético de ojos azules, del que Visconti se había enamorado perdidamente, pero no fue correspondido, lo que provocó un escándalo que casi termina en un duelo. Cuenta Visconti que la presentación del filme en una sala de Roma “fue como una explosión, se veía un film que nadie creía poder llegar a ver”. Con la entrada de los alemanes en Italia, Visconti actuó en la resistencia, participando activamente. En 1943, los nazis masacraron a más de 300 italianos en las Fosas Adreatinas, cerca de Roma. En la misma semana, Visconti era arrestado y se le encontraron armas en su casa.

La Terra Trema (1948), un producto acabado, vigoroso y maduro, que ingresa en un verismo casi documental, se convierte en lo más aproximado a un cine neorrealista puro. Además de filmar en los escenarios naturales de Aci Trezza, en la costa este de Sicilia, Visconti utilizó un elenco completo de intérpretes no profesionales, todos, hombres y mujeres, eran naturales de la región. Y si bien, no hay decorados artificiales, maquillajes o estudios de por medio, Visconti obtiene una extraordinaria belleza plástica en muchas secuencias del filme, como la memorable escena de las mujeres de negro, esperando la llegada de las barcazas con sus hombres pescadores, después de la tormenta. La idea de Visconti de hacer una trilogía monumental sobre las condiciones de vida y la explotación ancestral de los italianos del Sur, se desvaneció con el fracaso económico de La Terra Trema.

Tuvieron que pasar varios años para que Visconti volviera con otra película de rigor realista: Rocco y sus hermanos (1960), que en lo referente al contexto social, plantea los problemas de inmigración interna en Italia, con el éxodo de los campesinos que abandonan sus pueblos para dirigirse a las grandes ciudades industriales en busca de mejores condiciones de vida. La historia central es un melodrama que tiene como protagonistas a una madre y sus cinco hijos que llegan a Milán, la moderna y pujante ciudad del norte, para trabajar y superar las miserias. Pero el precio que se debe pagar es muy alto, cuando la familia se disgrega, los sueños se desvanecen, y se entra en las bajezas humanas, no exentas de homicidios, violaciones y otras perversiones.

El primer ensayo de film histórico que realiza Visconti- los otros serían: El gatopardo y Ludwig – está basado en una novela de carácter menor, Senso, de Camilo Boito. Senso (1954), es el decadentismo de la aristocracia en tiempos del Risorgimento, y solo Visconti y su extraordinaria guionita Susso Cecchi d·Amico -que por entonces ya había trabajado en los guiones de Ladrón de bicicletas y Milagro en Milán, de Vitorio De Sica, e incluso con Visconti en Bellísima (1951) – podían tomar este proyecto con tanto entusiasmo. En esta auténtica película histórica italiana, Visconti la comienza con una representación teatral para darle el carácter de melodrama, la protagonista es la condesa Livia Serpieri (Aida Valli), es hermosa, adúltera, pertenece a la aristocracia veneciana, y quiere la unidad de Italia . Franz Mahler (Farley Granger) es un teniente austríaco, ambicioso, que se convierte en amante apasionado de la condesa. La tragedia está en el aire, ella para servir a su hombre traiciona a los garibaldinos. Franz, desertor del ejército del emperador, la traiciona a ella. La delación de Livia, pondrá a Franz frente a un pelotón de fusilamiento. El fuerte contenido narrativo, es acompañado por la grandiosidad visual de Visconti, con luz diurna o de noches cerradas, y en cada escenario: el teatro La Fenice, callejuelas de la bella Venecia o interiores barrocos, cargados de cortinados rojos. Cuando Senso estaba solamente en los papeles, Luchino y Susso pensaron en Ingrid Bergman y Marlon Brando para los roles principales, seguramente los resultados comerciales hubieran sido diferentes.

ROCO Y SUS HERMANOS

ROCO Y SUS HERMANOS

EL GATOPARDO (1963)

El príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa, era un hombre de orgullo, después de tener el no de las editoriales donde golpeó las puertas, rechazó sin miramientos el consejo de pagarse la edición de su única novela: El Gatopardo. En otoño de 1958, la obra se publica. El escritor Giorgio Bassani, autor, posteriormente, en 1962, de la famosa novela El jardín de los Finzi -Contini, se pone a cargo de la edición. Gana el valorado Premio Literario Strega, se traduce inmediatamente a varios idiomas, y se suceden las ediciones. Pero Lampedusa no vio nada de esto, había muerto un año antes de la primera publicación.

Luchino Visconti, quedó fascinado cuando leyó ese cuadro de la aristocracia y de la sociedad italiana, durante la segunda mitad del siglo XIX, que se inicia en 1860, cuando Garibaldi desembarca en Marsala, Sicilia, y se cierra en 1910, aunque Visconti prefirió cerrar la historia con la muerte del príncipe de Salina, don Fabricio Corbera, en 1883, como queda sugerido en la secuencia del baile, narrada al comienzo de este artículo.

Pocas veces, el cine adaptó una obra literaria con tanta fidelidad como lo hizo Visconti con El Gatopardo. Sus reconstrucciones son casi arqueológicas, y hasta hay diálogos con las mismas palabras. Por supuesto, también hay diálogos en el film que no figuran en el libro, como cuando el príncipe Salina le dice al padre Pirrone: “Los burgueses no quieren terminar con nosotros, sólo quieren ocupar nuestros lugares”.

El príncipe Salina pertenece al pasado, el porvenir es de Tancredi. El joven sobrino es el que le dice la famosa frase que marca el nacimiento del término “gatopardismo”: “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. Vale mencionar, que el blasón de la familia Lampedusa – el personaje de Don Fabrizio está inspirado en la figura del bisabuelo del autor – exhibía un leopardo rampante, erguido sobre las patas posteriores.

Tancredi, reconoce que la bandera blanca con la dorada flor de lis, que representa su clase, es más bella que la tricolor, pero está decidido a volver con el emblema de los republicanos. Su tío, Don Fabrizio, el príncipe Salina, comprende todo, pero su respuesta más categórica la da cuando le hacen el ofrecimiento para que sea senador: “Soy un representante de la vieja clase, comprometido con el pasado, ligado al régimen por vínculos de decencia o afecto. Mi desgraciada generación cabalga entre dos mundos, y está incómodo en ambos”. Sin embargo, da su consentimiento al compromiso de Tancredi con Angélica, hija de un nuevo rico, un burgués sin cultura, y deja de lado las aspiraciones de su hija Concetta de casarse con el primo.
Los biógrafos de Giuseppe de di Lampedusa, además de verlo como un apasionado por la literatura, visitante asiduo de bibliotecas del mundo y librerías de viejo, resaltan su timidez y falta de gracia. Posiblemente, Tancredi, refleje los sueños del escritor, lo que hubiera deseado ser. Visconti, elige, acertadamente, a Alain Delon para este papel. En su rostro está todo lo requerido para el personaje: juventud, ojos ambiciosos, y sonrisa irónica.

El Gatopardo, es un filme repleto de matices: en la fuerza expresiva de sus imágenes, en los ambientes, en el vestuario, en cada palabra y gesto de sus intérpretes, en el ritmo de cada secuencia. La actuación de Burt Lancaster, sólo es comparable en su grandeza, a otro filme de Visconti: Grupo de familia.

EL GATOPARDO

EL GATOPARDO

VENECIA, LA LEGENDARIA NOVIA DEL ADRIATICO

La Muerte en Venecia- título de la obra literaria que al ser adaptada al cine perdió el artículo- fue escrita en 1911 por Thomas Mann, el digno sucesor de Goethe en la cultura alemana. Exactamente 40 años después, Visconti se reunía en Roma con el autor germano que tanto había leído y releído. Mann, que acostumbraba hablar en voz muy baja, le contó de su relación con el compositor austríaco Gustav Mahler, y del viaje que había hecho con su esposa a Venecia en 1911, su estancia en el Grand Hotel des Bains del Lido, y de su admiración por la belleza de un joven polaco alojado en el hotel. Todos estos datos vividos por el escritor, más otros elementos autobiográficos , fueron los ingredientes para la novela que se publicó pocos meses después. Para Visconti, realizar la película se convirtió en una obsesión. Muerte en Venecia, se estrenó en 1971. El protagonista de la historia, Gustav von Aschenbach, que en la obra de Mann es un escritor, para Visconti es un músico, es el Mahler que hubiera querido utilizar Mann. Pero también es el propio Mann y él mismo, hombres que padecían los dramas del artista, que temen a la travesía hacia la vejez, que sucumben ante la belleza y la sensualidad. Lo patético y lo reflexivo fueron narrados por la cámara de Visconti con una deliciosa serenidad, como las pausadas olas morían en las orillas del Lido veneciano. Los climas fotográficos de Pasqualino de Santis, y el adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler, que se convierte en leit motiv, convergen hacia el romanticismo subyacente a lo largo del filme. El exquisito refinamiento de Visconti, lo llevó a cerrar las puertas del Hotel Des Bains para restaurarlo y darle la grandeza de principios del siglo XX. Su rigor histórico hizo que hasta los zapatos de los extras, y los botones de camisa y los gemelos, fueran de época. También pidió que la ropa fuese planchada con el mismo sistema de entonces.

El británico Dick Bogarde, en una de sus actuaciones más extraordinarias, desde su composición en El Sirviente de Losey, interpreta a Gustav von Aschebach, prestigioso músico alemán que viaja a Venecia para recomponerse de sus crisis personales y artísticas. Hospedado en el Hotel Des Bains, donde reina ese solemne silencio que constituye el orgullo de los grandes hoteles, Aschenbach distingue entre los huéspedes a un joven bello como los bustos griegos. Por los llamado de sus hermanas y de su madre (Silvana Mangano), conoce su nombre: Tadzio. Y Tadzio es el motivo de la reflexión, que se padece cuando es demasiado tarde para atrapar la belleza :” en este mundo no existe impureza más impura que la vejez”. Siente un respiro cuando el barbero le dice: “somos tan viejos como nos sentimos”, y le tiñe las canas, le estiliza el bigote, maquilla sus pómulos y le da un toque rouge en el centro de los labios.

Mientras, Venecia está sumida en una peste de la que nadie habla. El cólera amontona cadáveres en las calles, los olores putrefactos llegan a todos los rincones, menos al Lido, al Hotel Des Bains. Aschenbach, tiene miedo al ridículo, solamente se complace mirando la provocadora y radiante juventud de Tadzio, que existe o se ha creado contra algo o a pesar de algo. Es como un bello dios mitológico griego. En flashback aparece su vigoroso censor que le dice : “El arte es indiferente a la moral”. Aschenbach, va comprendiendo que este dios mancebo está aniquilando su pudor de hombre y de artista. Duda si la belleza es un producto de la voluntad del artista, o si existe antes que sepamos que existe. Si es una creación espiritual o pertenece a los sentidos. Aschenbach, cruza miradas con Tadzio, nunca una palabra, hablan lenguas distintas. El final es un canto a la decadencia y a la exultante belleza. La pestilencia en la soñada y hechicera Venecia, tiene olor a muerte. El cólera hace que las fogatas purificadoras se vean desde las islas vecinas. Para el gran artista, que encuentra sombras interpuestas ante la belleza, ya es demasiado tarde. Aschenbach, con los pies en la arena, bajo el sol, daba el último suspiro a los ojos, mientras contemplaba la figura de Tadzio adentrarse en el mar con el cabello flotando.

MUERTE EN VENECIA

MUERTE EN VENECIA

SE OYEN PASOS EN EL PISO DE ARRIBA

Grupo de familia (Gruppo di famiglia in un interno) 1974

Las reflexiones sobre la muerte, expresadas en El Gatopardo y Muerte en Venecia, reaparecen en Grupo de familia. Visconti, enamorado de su decadentismo, necesitaba confesarse y crea en este filme su testamento, que es un espejo de la sociedad de su tiempo y de su individualidad. Nos habla del agotamiento histórico de una clase y de una mentalidad que va pereciendo. Cuando Visconti terminó esta película su estado de salud era muy crítico, apenas podía caminar, pasaba la mayor parte del tiempo en silla de ruedas. “La enfermedad me humilla”, decía, ya convencido de no poder realizar otro de sus grandes proyectos cinematográficos: En busca del tiempo perdido, sobre la obra de Marcel Proust.

La narración de Grupo de familia transcurre en dos departamentos, en pisos diferentes, y la escalera del edificio que comunica a ambos. No hay ningún exterior. Ese es el mundo del profesor (Burt Lancaster), alejado del mundanal ruido, en su casa museo rodeado de libros y cuadros. Su placer diario, es examinar con la lupa las actitudes de los personajes de sus cuadros, y los objetos en mesas y paredes de los interiores, principalmente los del género conocido como “conversation piece”, del siglo XVIII. Su ama de llaves camina en punta de pies, para no sacarlo de su mundo. Pero un día, por una circunstancia de equívocos, llega a su casa una condesa millonaria de nombre Bianca (Silvana Mangano) , que quiere alquilarle al profesor el piso de arriba. Pese a las negativas del profesor, el piso se alquila e irrumpe Konrad (Helmut Berger), que es el amante mantenido de la adúltera condesa, la hija de la condesa y otro joven amigo del grupo. La llegada de estos cuatro personajes insolentes, que traen consigo todos los estigmas de la época, son calificados por el profesor, ante su ama de llaves, de:”vacíos, inútiles y estúpidos”. Esta gente invasora, punzante, de una vitalidad arrolladora, introducirán en la casa toda la basura del mundo exterior: violencia, drogas, alcohol, orgías sexuales. El choque de las dos concepciones de vida se da permanentemente, sin embargo, hay momentos en que alcanzan a respetarse. Konrad, el gigoló que trepó socialmente por su capacidad erótica, se detiene ante la sinfonía de Mozart que escucha el profesor, y le dice que siempre se vio fascinado por su música. En oto momento Konrad reconoce a la distancia un cuadro del pintor inglés Arthur Davis, el profesor queda extasiado y le pregunta por sus conocimientos de arte, a lo que el joven le responde que a esa pintura solo la conoce a la perfección porque una muy similar está cerca del teléfono en la casa de un amigo. También Lietta, la adolescente hija de la condesa, a la que ha visto el profesor teniendo relaciones sexuales con el amante de su madre, va ganando con ternura y simpatía el corazón del viejo. Los valores del profesor no entran en crisis, pero nota que su humanismo lo ha deshumanizado, que se ha asustado de la soledad, pero que la volvió a defender cuando la vio amenazada. Se detiene, y piensa que esos muchachos podían haber sido su familia, que lo han venido a despertar bruscamente de un sueño profundo. Cuando Konrad se suicida en el piso superior, es el profesor, viejo, cansado, con una enfermedad a cuesta, quien lo alza y lo traslada en brazos como si llevara a un hijo muerto. Todo se acaba. El piso de arriba volvió a quedar vacío, durante un tiempo persistió el silencio, pero un día volvió a oir pasos. Las ausencias, cada vez fueron más breves y su presencia más constante.

Grupo de Familia, fue sin duda el testamento de Visconti, su amiga Susso Cechi dAmico, recordaba que sus casas estaban llenas de cuadros y que el silencio para él era algo sagrado. No tuvo hijos propios, pero algunos de sus amantes masculinos fueron como hijos difíciles. A su muerte, una revista compró las cartas que le había dirigido a Helmut Berger, su pareja de los últimos años, el Konrad de Grupo de Familia, el que ostentaba en la vida real los mismos vicios del personaje. Para sorpresa de todos, no había lugar para el escándalo, eran las cartas de un padre enojado: No debes hacer esto, no debes gastar tanto…

GRUPO DE FAMILIA

GRUPO DE FAMILIA

UNA HABITACION CON GARDENIAS Y BRAHMS

Visconti, tenía el cuerpo casi muerto, pero su mente caminaba sin descanso. Dos viejos proyectos los dejó de lado: En busca del tiempo perdido y La montaña mágica. Se animó con algo que le iba a demandar mucho menos esfuerzo. Aunque lo odiara a D’Annunzio, por ser el precursor del nacionalismo fascista en Italia, tomó su obra El Inocente, y aunque su prosa estaba pasada de moda, le atraía el estilo de vida decadente y la doble moral en la alta sociedad romana a finales del siglo XIX.

Apenas finalizado el montaje del film, a los 69 años, Luchino Visconti murió. Había dirigido 16 largometrajes y participó en tres películas con sus episodios. En teatro dirigió más de 40 obras de autores universales, entre ellos: Chéjov, Shakespeare, Cocteau, Sartre, Williams, Miller, Anouilh. Más de 20 óperas y ballets, desde la Scala al Bolshoi, a María Callas la dirigió en cinco oportunidades y la convirtió en la estrella lírica más importante.

Cuenta su hermana, que el día de su muerte las gardenias frescas decoraban la habitación. Durante horas escuchó en total silencio la Segunda Sinfonía de Brahms. En un momento hizo una seña, ella se acercó y le susurró: “Ya he tenido bastante”.

MUERTE EN VENECIA

MUERTE EN VENECIA

Artículo realizado por Jorge Luis Scherer para Ultracine.

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