“Pasión por las letras”: Colin Firth y Jude Law en una historia de amistad

Por Jorge Luis Scherer.

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Puede decirse, sin dar muchas vueltas, que el editor de libros Maxwell Perkins, fue un tipo único en lo suyo: descubrir nuevos autores, con verdadero talento, y convertirlos en un éxito mundial, no es tarea para cualquiera. Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, y Thomas Wolfe, encabezaron una interesante lista de escritores que publicaron sus obras para la editorial Charles Scribner´s & Sons, en la que Mr. Perkins era el editor en jefe. La película “Pasión por las lestras” (“Genius”), opera prima del actor y director teatral Michael Grandage, de estreno mundial 2016, comienza con un Thomas Wolfe, interpretado por Jude Law, bajo una fuerte lluvia en una avenida de Nueva York, observando el cartel publicitario de Charles Scribner´s & Sons, acompañado de una leyenda que en esos tiempos daba prestigio: “desde 1846”. El mundo literario sabía que Scribner´s había publicado a John Galsworthy, Henry James y Edith Wharton, entre las plumas importantes. Pero esta historia, la de la película, y la real, que involucra al famoso editor y al por entonces ignoto autor, comienza en 1929, tiempos en que las bolsas se derrumbaban en el crash económico más grande de la historia. Max Perkins (rol a cargo de Colin Firth), comienza a leer en el tren – rumbo a su casa – ese mamotreto de más de un millar de páginas atado con hilo, que tiene por título “Perdido” y firmado por un tal Thomas Wolfe, y Max no va a parar de leer, no puede parar. Hay poesía en esa prosa: “Una piedra, una hoja, una puerta desconocida… ¿Quién de nosotros no será siempre un extranjero solitario?”. La felicidad de Wolfe será inexplicable, cuando Perkins le dice que su libro va a ser publicado. Cuatro años de febril trabajo, después de haber sido rechazado por una decena de editoriales, encuentra en el más encumbrado editor, el mismísimo Max Perkins, la respuesta de sus sueños. Y este va a ser el comienzo de una gran amistad. Perkins le hace recortar 300 páginas y cambiar el título, Wolfe no pone obstáculos, como ponerlos ante el hombre que hizo posible “El gran Gatsby” de Scott Fitgerald o “Fiesta” de Hemingway, y lo vuelve a titular, y así queda el nombre de la primera de sus cuatro novelas : “El Ángel que nos mira” “(Look homeward, Angel- 1929). Y el libro es mucho más que un éxito.

Una película inesperada

Thomas Wolfe.

Thomas Wolfe.

Convengamos que la vida profesional y privada de los editores nunca fue tema de interés para el cine. En realidad siempre ha prevalecido la de los autores, y mucho más si son hombres sufridos, que medios muertos de hambre consiguen que alguien lea sus historias, y luego alcancen la anhelada fama, se enamoren, y tengan una vida feliz o desgraciada, y esto último va a depender de cuánto alcohol necesiten para enfrentarse a la página en blanco. Pero esos editores, que prestan sus ojos, oídos, la vapuleada razón, y algunos hasta el corazón, siempre han tenido vidas poco sensacionales. Tal vez Kafka, un maestro en la descripción de seres aparentemente adocenados, hubiera tenido de protagonista a uno de esos hombres que tienen el poder de cambiar una vida, dar esperanza o aplastarla como un gusano. Y así como Wolfe, que fue rechazado en varias editoriales antes que Max Perkins se atreviera a deshojar el paquete con un millar de páginas, Marcel Proust, tuvo que golpear muchas puertas y recibir negativas para “En busca del tiempo perdido”. A George Orwell, le dijeron que no interesaban las historias de animales cuando presentaba esa gran sátira política que es “Rebelión en la Granja”. Y García Márquez, que recibió el rechazo de Seix Barral de Barcelona por “Cien años de soledad”, terminó en los brazos del gran editor de Sudamericana, Francisco Porrúa, que no demoró un segundo para que la maravillosa novela inundara las librerías de Buenos Aires.

Quien despertó esta historia de amistad entre el editor y el autor, llevada finalmente al cine, fue A. Scott Berg, quien publicó en 1978 la biografía titulada “Max Perkins, editor of Genius”. La película tiene a Max Perkins y Thomas Wolfe como sus personajes principales. El siguiente en importancia es el de Aline Berstein, coreógrafa, una bella mujer casada, amante de Wolfe, y ordenadora de sus trabajos desbordantes, rol a cargo de Nicole Kidman, quien en su carrera ha interpretado varios papeles relacionados con la literatura y otras artes, vale recordar que hizo de Virginia Woolf en “Las Horas”, de la fotógrafa Diane Arbus en “Retrato de una obsesión”, y de la amante y luego esposa de Hemingway, Martha Gellhorn, en la tv movie” Hemingway & Gellhorn”. Laura Linney es Louise, la esposa de Perkins, Guy Pearce, en el papel de F. Scott Fitzgerald, Vanessa Kirby, como Zelda y Dominic West, en el rol de Hemingway.

Maxwell Perkins pone sus ojos en la “generación perdida”

Perkins y Hemingway de pesca.

Perkins y Hemingway de pesca.

Al terminar la Gran Guerra, París, fue el reducto ideal para muchos artistas que cruzaron el Atlántico desde los Estados Unidos. La vida era más barata y la bohemia tenía un sabor especial. Y allí estaba la dama de la rue de Fleurus, la “mama grande”, la escritora norteamericana Gertrude Stein, quien fue generosa con algunos jóvenes colegas connacionales que habían servido en la guerra y que tenían por costumbre “emborracharse hasta matarse”. Los bautizó “la generación perdida”, Ernest Hemingway, que la conoció en 1922, fue el más apreciado por Miss Stein por algún tiempo, aunque Scott Fitzgerald, quien había escrito a los 24 años “A este lado del paraíso”, editado por Max Perkins para Scribner´s, se convirtió en el “golden boy” de la generación. Por entonces, Hemingway no tenía un peso partido al medio pero conseguía leer los mejores libros, gracias a la bondad de Sylvia Beach, la dueña de la librería “Shakespeare and Company”. Esta alma caritativa con los jóvenes lo fue también con un tal James Joyce, que cuando cumplía los 40 años en 1922 editó su libro “Ulises”, rechazado por varias editoriales. Francis Scott Fitgerald, con el halo del autor de éxito sobre su cabeza, llegó a París en 1921, pero lo hizo con los bolsillos forrados de dólares y con la hermosa Zelda Sayre, la chica más linda de Alabama, convertida en su esposa. Zelda, que en la película “Genius” no alcanza a tener un desarrollo del personaje porque cuando hace su aparición, ya había sido víctima de dos terribles colapsos nerviosos con internaciones prolongadas, fue una buena narradora y pintora, además de una auténtica “flapper”, término que se utilizaba por entonces para las mujeres con un nuevo estilo de vida: fumaban, escuchaban jazz, usaban faldas cortas, se cortaban el pelo como Louise Brooks o Clara Bow, les gustaban los licores y tenían relaciones sexuales ocasionales.

Hemingway conoce a Fitzgerald en París en 1925 y se hacen muy amigos, aunque la rivalidad no tardaría en aparecer en sombrías facetas. Fitzgerald, que por entonces estaba a punto de publicar “El gran Gatsby”, con el sello Scribners, contacta a Hemingway con Max Perkins, para que lea sus dos primeras novelas “Aguas Primaverales” (“The torrent of spring”), una sátira menor sobre el mundo de los escritores y la más importante, “Fiesta” (“The sun also rises”) trabajada con gran estilo. Pocos meses después, el hasta entonces autor de valiosos cuentos aparece en los diarios como un novelista consagrado, y los dólares cruzan el océano y la vida de Hemingway en París pega un cambio rotundo. Mientras Hemingway triunfa, Fitzgerald siente su caída al fracasar en las ventas su mejor novela, “El Gran Gatsby”. Es sabida la crueldad con que Hemingway trató a Fitzgerald en la última etapa de amistad, aunque tenían sentimientos profundos. Cuando ya estaban separados definitivamente, Max Perkins sirvió de intermediario contando sobre la salud y la vida de cada uno de ellos. Sin embargo, ya fallecidos Wolfe, Fitzgerald y Perkins, el viejo Hemingway no paró de criticar a estos en cartas dirigidas a Charles Scribner: “Por favor, entierra el fantasma de Max para siempre”, aconsejándole que de paso enterrase cualquier idea de que él o Wolfe o el propio Fitzgerald eran dioses.

Thomas Wolfe no pertenece a la exitosa “generación perdida”, él es un sureño de Carolina del Norte y el personaje de sus dos primeras novelas es Eugene Gant, un muchacho de modesta familia, que abandonará el hogar para estudiar y luego partirá a la gran ciudad de Nueva York para convertirse en escritor, y de allí saltar al viejo continente. Wolfe le confiesa a su amigo Perkins: “Eugene Gant, soy yo”. La segunda novela de Wolfe “Del tiempo y el río” (“Of time and the River”), publicada en 1935 por Scribners, fue un éxito monumental, de críticas y de ventas. En la película de Alan Pakula, “La decisión de Sofía” (1982), basada en la novela de William Styron, el personaje Stingo, que también es un escritor del sur, lleva consigo el grueso volumen de un millar de páginas de la novela “Del tiempo y el río”. Sin embargo, Scott Fitzgerard ve en Wolfe un escritor que no puede contener sus sentimientos, que adjetiva, que es demasiado descriptivo. Maxwell Perkins tuvo varios encontronazos con su amigo autor para que buscara escribir lo esencial, que siguiera el tan mentado estilo de Flaubert, incorporado por Hemingway y Fitzgerald.

Demasiado jóvenes para morir

Zelma y Scott Fitzgerald

Zelma y Scott Fitzgerald

Thomas Wolfe murió 18 días antes de cumplir los 38 años, en setiembre de 1938. Le habían diagnosticado una tuberculosis miliar, pero en poco tiempo la enfermedad le había tomado gran parte del cerebro. Sabiendo el desgraciado final, le escribió una carta conmovedora a su amigo Max Perkins, con quien había tenido algunos distanciamientos en los últimos años. Sus otras dos novelas fueron publicadas pos-mortem y Maxwell Perkins fue el albacea literario. William Faulkner, ante la muerte del escritor, dijo que Wolfe fue el mejor escritor de su generación, pero también dijo, cuando se publicó “Del tiempo y el río”, que Wolfe es el mejor fracaso de la literatura norteamericana de nuestro tiempo. La influencia de Wolfe en escritores de las siguientes generaciones fue notable, el beat Jack Keourac y Philip Roth, se encuentran entre ellos.

Francis Scott Fitgerald murió en Hollywood de un ataque cardíaco a los 44 años, en diciembre de 1940. Desde hacía un año venía arrastrando serios problemas pulmonares y estados depresivos. Financieramente estaba destruido, su novela “Tierna es la noche”, considerada por Thomas Wolfe como la mejor de Scott, fracasa ante la crítica y las ventas. En el año de su muerte le escribe a Zelda : “Soy un hombre olvidado”. De nada servían ya las palabras de Zelda cuando le dice: “Te quiero de todos modos, aún cuando no exista ningún yo, ni ningún amor, ni siquiera vida alguna”. Zelda, la bella chica de Alabama, murió a los 47 años, en 1948, víctima de un incendio cuando estaba hospitalizada. Zelda y Scott están sepultados juntos en Rockville, Maryland.
Maxwell Perkins, el primer editor de autores, murió a los 62 años en 1947. En sus últimos años fue responsable del rotundo éxito de “El Despertar”, la novela de Marjorie Kinnan Rawling que ganó el premio Pulitzer en 1939, y fue llevada al cine en 1946 con la dirección de Clarence Brown y Gregory Peck y Jane Wyman en los papeles principales. También, uno de sus últimos descubrimientos fue James Jones a quien lo indujo a escribir una novela de ciertas características que terminó siendo “De aquí a la eternidad (1951), llevada al cine en 1953 por Fred Zinnemann, con Burt Lancaster, Deborah Kerr, Frank Sinatra y Montgomery Clift, y se llevó el Oscar a la mejor película.

Ernest Hemingway se pegó un tiro en la cabeza con su escopeta más querida, faltando 19 días para que cumpliera 62 años. Su última gran novela “El viejo y el mar”, publicada por Scribner´s en 1952, fue dedicada a la memoria de Maxwell Perkins, quien supo salir de pesca con Hemingway en busca del pez espada. La filmografía existente sobre las obras de Hemingway, sean novelas o cuentos, es realmente impresionante, desde películas de cine negro, como de “The Killers”, dirigida por Robert Siodmak, pasando por las versiones de “Adios a las Armas”, “Por quién doblan las campanas” o “El viejo y el mar”, que hasta tiene una extraordinaria versión animada del ruso Aleksandr Petrov.

Artículo de Jorge Luis Scherer-periodista,profesor de literatura y cine- para Ultracine.

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